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JOSE MÁm 01».
TERCERA EDICION.
MONTEVIDEO.:
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Ja la aparición de este pequeño, trabajo, qóe dimos á la prensa el año ante-
rior, nos sucedió lo qué á la persona que describimos en él; es decir, unos
nos levantaron á las nubes, otros nos bajaron al suelo.
En la prensa de París y de Londres, donde este trabajo se ba reproducido,
hemos sido imparciales, justos &a. En la Sala de Representantes de Rosas he-,
mos sido tratados de criminales, de traidores que osábamos decir que el cari»
ñoso padre de Manuela había labrado la desgracia de su querida hija. Y es
probable que en la tribuna de los salones también nos hayan censuradp uno?,
y alabado otros. Porque hay jente que quiere por fuerza que los hijos se pa-
rezcan al padre, como jeneralmente lo quieren las madres. Pero la naturaleza
y la historia no dicen eso, y sin la menor violencia preferimos ponernos de>su
parte. . , .
Dp todos modos, algo hay dé nuevo en nuestro escrito desde que ha moví- -
do tanto las opiniones; y mucho habrá de verdad y de justicia en él desde qué
ba costado lágrimas, en repetidas lecturas, á la desgraciada mujer de que nos
ocupamos, y un rapto de furor salvaje á su bondadoso padre que dió órden á
su diputado Irígoyen de tratarnos amablemente, y con la elocuencia federal,
en la libérrima asamblea de que Scribe, ó Bretón de los Herreros, habrían po-
dido sacar inspiraciones admirables.
Nuestros rasgos biográficos sobre Manuela no pueden dar una exacta idea de
la vida de esa jtjven, y este trabajo es incompleto por lo mismo. Necesitamos
estar en Bueno» Ayres, muchas confidencias y muchos datos, para hacer un
cuadro fiel de su vida; porque en la vida de una mujer hay circunstancias, se-
cretos, pasiones y frivolidades, que solo son perceptibles muy de cerca, pero
que una vez percibidas descubren el primer hilo de agua por el cual se puede
llegar á la fuente caudalosa de su vida moral.
Un trabajo completo /de ese modb será publicado alguna vez por nosotros.
Entretanto, hoy hacemos la tercera edición del primer ensayo sobre esa vi-
da en nuestro país tan histórica sin merecerlo, tan estudiada sin quererlo ser.
Mármol.
/ *
1851 .
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Montevideo— 1850*
iJi# ahí un nombre conocido de todos, pero que indistintamente lo han apli .
cado jS nn ánjel, otros á un demonio. Pues esa mujer, que ha inspirado
ya Uipt^a pijipas en su favor y tantas en su daño, puede contar, entre los ca-
p^c^jps desa raro destino, el no babor sido comprendida jamás, ni por sus
apolojisfas, ni por sus detractores.
En buena hora los aduladores de su padre quieran adormirla embriagada
con el incienso ^de sus lisonjas; y dibujarla, idealizándola, con rasgos estrava-
gantes, algunos mercenarios escritores que, en la Europa como en Américá,
han pretendido formar un cjelo, un aire, un sol donde subir y colocar la dio-
sa bellísima de su imajinacion, que ellos se empeñan en llamar Manuela Rosas,
,de Buenos Ayres, en 1840, 45 &a.
buena hora también los adversarios poco reflexivos del dictador arjenli-
no, se afanen en presentar á su hija como un modelo de perdición.
Uoos y otros no habrán hecho mas que falsifionciones de tiu personaje que
pertenece ya á la historia arjentina; y, como tales, sus pinturas apasionadas
pasarán inapercibidas mas tarde, ante el ojo frió y desinteresado del histo-
riador.
Emprender un trabajo circunspecto y tranquilo sobre esa mujer, es boy una
empresa con mas dificultades de lo que parece al primer exámen; no por el
trabajo en s!, sinó por las vulgaridades con que se habrá de luchar, en una
¿poca en que el vulgo de las ¡deas y de los hombres predomina con admirable
superioridad entre nosotros; quiero decir, en Buenos Ayres y Montevideo.
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MANUELA ROSAS.
Arrostrando, pues, ese inconveniente vamos á ocuparnos de Manuela Rosas,
en un sentido nuevo, y mas racional que aquellos que se han adoptado antes
para hablar de ella.
Perdón, seqprita; voy á tocar ciertas fibras de vuestro corazón, y os estre-
meceréis un momento; voy á levantar una punta del velo misterioso de vuestra '
vida íntima, y vuestro semblante se encenderá de pudor y de enojo; voy á fi-
jar mi vista en ciertos hechos de vuestra vida social, y vuestra mirada orgu-
llosa querrá quemar mi frente con su rayo. Pero — y creed lo que os digo — no
hay en mí ningún deseo de ofenderos. Pues si bien sois ya para mi patria una
propiedad de su historia, que pertenece al exámen público de sus contempo-
ráneos, no habéis dejado para mí de ser una mujer. Y cuando la causa políti-
ca á que tengo el honor de pertenecer, llegase á un grado tal de postración,
que, para sostenerla, tuviesen necesidad sus defensores de hacer la guerra á las
mujeres, yo me pasarla gustoso á vuestro padre, antes que someterme á tal.
conducta, y tendría el honor de hacerme presentar en vuestros espléndidos sa-
lones, vestido decolorado do pies á cabeza como los diablos de Hoffman,.ó
el jeneral Mancilla.
Por el contrario, lejos de querer ofenderos, quiero ser el primero de los
* enemigos del sistema político de vuestro padre, que alce la voz para haceros
justicia, en lo que realmente la merezcáis
Cierto; el nombre de Manuela Rosas es ya una propiedad de la historia. Su
padre habrá tenido la triste misión en el mundo, de grabar sello indeleble y
de reprobación á cuanto lo haya rodeado en el período memorable dé
tadura. v '
Unico dueño de*su poder ¿bmo del pueblo que esclaviza con éí; radiante cbn
esa aureola de sangre que rodea su fronte; fascinador con su inflexible tiranía',,
no es un dios, pero es un demonio que hace bajar la frente á cuantos se le acer-
can, presas todos de esa doblo enfermedad del cuerpo y del espíritu, que se
llama “el terror.”
Y su hija, única persona que lo vé, que lo oye y que participa de su con-
fianza, es para el pueblo enfermo, débil y fanatizado, el altar donde corre á de-
poner de rodillas el homenaje servil de su postración.
Manuela oye á todos; recibe á todos con afabilílidad y dulzura.
El plebeyo encuentra en ella bondad en las palabras y en el Postro.
Él hombre de clase halla cortesanía, educación y talento.
Manuela no es una mujer bella, propiamente hablando; pero su fisonomía es
agradable y simpática, con ese selló indefinible,’ petó elocuente, que estampa
sobre ©I rostro la intelijencia, cuando sus facultades están en acción ¿oh'tfnaá*.
Su frente no tiene nada de notable, pero ¡a raíz de su cabello cást.íñó oscnrt),
borda perfectamente en ella esa curba fina, constante, y bien 1 marcada, que
comunmente distihgue á las personas de búena raza, V de espíritu.
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MANUELA ROSAS.
Sus ojos* mas oscuros que su cabeHo¿ son pequeños, límpidos, y constante'
mente inquietos* Su mirada es vaga. Se fija apenas en los objetos, pero se fija j
eon fuerza. Y sus ojos, como su cabeza, parece que estuvieran siempre movi-
dos por el movimiento de sus ideas.
El color de su tez es pálido, y muy amenudo con ese tinte enfermizo de los
temperamentos nerviosos.
Agregad á esto una figura esbelta ; una cintura leve, flexible, y con todos
esos movimientos llenos de gracia y voluptuosidad que son peculiares á las hi-
jas del Plata, y tendréis una idea aproximada de Manuela Rosas, hoy á los 33
años de su vida ; edad en que una mujer es dos veces mujer.
Todo cuanto eo la tierra puede lisonjear la vanidad de una mujer, se acu-
mula en derredor de Manuela. El poder, el lujo, la admiración, la obediencia,
todo esta rendido bajo el imperio de sus ojos, que no se abren sino para des-
lumbrarse con los reflejos déla espléndida boreal que circunda su existencia.
LoS paseos públicos se cuajan dejantes que se apresuran y disputan el honor
de recibir una mirada de ella.
Los teatros no dán principio á los espectáculos, antes que esta dama de un
perpetuo torneo, no se presente en ellos.
Los enviadeede las primeras naciones del mundo, se acercan á buscar en sus t
ojosmiratoirada de distinción, con mas fervor que otros llegaban á Catalina de
Medúris^sobíe el trono de Francia, á María Stuart bajó el trono Escoces, ó á
Kímbeifc con el cetro de Enrique VIII. Y si Manuela deja escapar de sus lá-
b¡ os una frase cualquiera en favor del diplomático, ó del gobierno que repre*
el diplomático se cree entonces mas incinuativo que Buckingbam, en el
ánimo de tas mujeres ; mas astuto que Richelieu, eo los laberintos.de la diplo-
mó cía ; y mas intelijente que Pombal, en las conquistas políticas. j Tal es la
influencia magnética de los gobiernos despóticos y personales, hasta en el es-
píritu de aquellos hombrés^que frenos debieran temerles al parecer t
Así, aquella criatura nacida en las florestas del mediodía americano, donde
Ja mujer como las flores-debaire, solo fascina con su delicada belleza y con la
fragancia de su alma, puede mirar con desde las mujeres mas abrillantadas de
la Europa, en medio de cuanto el arte y el respeto tradicional les consagran,
colocadas por su nacimiento y su fortuna, eu la eminencia de las graderías so-
ciales.
Pero filtremos la mirada al través de ese horizonte deslumbrador, y sonde-
émos despacio eflóbrego vacío que se esconde trasvi.
Pobre mujer! En torno de Manuela Rosas, el mundo es una prjía donde se *
embriagan sus sentidos, y, sin saberlo ella, olvida, como el Manfredo de By-
ron, la esterilidad ó las angustias de su ajma, en tas ilusiones materializadas
de Tá vida.. . . .
Manuela, como se ha visto, tiene mas de 30 años. $u vida nació, abrió la*
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s
MANUELA ROSAS.
flor de su juventud, bajo este cielo bellísimo del Plata* donde el alma fe im-
presiona de amor y se opasiona, en el curso de una hora ó dé un minuto, im-
pulsada por esaá propensiones simpáticas, que se desenvuelven prodij ¡osamenta
en un instante bajo los climas meridionales, donde el alma no quiere ser manos
armoniosa, ni menos pródiga de encantos, que la‘ naturaleza en que respira.
El alma de una bonaerense se marchitarla y moriría dentro de sí misma, si
h faltara un instante el hálito de las ilusiones y del amor, que eHa absorve de
la luz suave y azulada que refleja sobre las nubes de cisne de nuestro cielo ; de
las brisas sutiles que se perfuman en los jardines del Paraná, y de las perspec-
tivas variantes y poéticas de la hermosa y virjinal naturaleza que nos rodea.
Pues bien ; á esa edad Manuela, esa creatura del Plata, cuyos ojos húmedos
y claros, cuya tez pálida y boca voluptuosa, revelan con candidez que es una
hechura perfecta de su clima, no ha podido sentir una pasión de an*Jr ; ó la ha
sentido escondiéndola en los misterios de su alma para devorarla en secreto ;
o ha tenido que pedir á la intriga una felicidad que no lo es dado gozar franca
y honestamente.
Confidenta de su padre ; educada por él para servir á los juegos estemos de
su política ; dando á entender en una palabra, en un jesio de ella, los deseos
do su voluntad despótica, que ván luego á estrellarse, como leyes de fierro,
sobro la frente encorvada de sus esclavos, ella no puede pertenecer á ningún
hombre en la tierra, porque los ojos de ningún hombre han de ver de cerca los
subterráneos de una dictadura, que solo és como és por la lejanía en qoe’vive
del contacto ajeno.
Dar un esposo á su hija, sería en Rosas un acto negativo de su conocida
gacidad. Porque eso sería dar á otro hombre las confidencias de su hija es.
decir, los secretos todos de sus debilidades, de sus vicios, y de los medios vuU
gares de que hace uso para llegar á sus estraordinarios fipes.
Él lo comprende bien. Él sabe que por una ley de la naturaleza, mas incon-
trastable que las que dicta su voluntad de tirano, su hija habría de pertenecer
mas á su marido que á su padre, el día que partiera su lecho, como su cariño,
con aquel. '
Esto por una parte ; por otra, vistas futuras en su política, que ya no son
misterios á los ojos de los que la estudian de cerca, hacen que Rosas vele como
un amante celoso, los latidos del corazón de su hija.
Vendrá un dia quizá, si la providencia no se cansa, al fin, de soportar los
delitos de un solo hombre, que es lá protesta viva de la justicia del cielo sobre
el mundo, en que él saque de su hija, soltera, un partido mas ventajoso, que
el que reportaría de un ejército de 40,000 hombres. Y él espera ese dia ; 6
mas bien, él hace que ese dia le espere á él, para realizar su sueño dorado, que
está bullendo hace años bajo su melena de salvaje, y que no cesará sino bajo
el peso de una corona, ó bajo la cuchilla dél vérdngo.
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MANUEL A ROS AS. £
Pato audaz, cuyas consecuencias él mismo no comprende, pero á que él se
encamina, — porque solo él podría alcanzarlo — no en busca del principio, por
que ignora loquees, sino en busca de su abrillantamieoto personal.
Y llegado ese dia — blanco perenne de todos sus esfuerzos — su obra ¡inajina*
da está cumplida entonces, y la mano de su bija le será quizá un apoyo eficaz á
sus designios.
Pero todo eso es eventual ; está sujeto á todas las vicisitudes de su carrera
pública. Y, entretanto, hoy, elresultado es el mismo para su bija; pues
cualesquiera que sean las causas qoe lo motiven, ella tiene que vivir una vida
estéril é infecunda para ese sentimiento éemi-divino que hace en el mundo la
felicidad de las mujeres ; ó apurar bajo la sombra del misterio y en la copa de
las culpables, una dicha que su padre le niega.
No hay medio : ó ella tiene que poner llave de diamante á su corazón, para
respetar la voluntad de su padre,ó ella tiene que hacerse criminal en la intriga,
según el lenguaje de la moral social.
Pero no es esta aun la mayor de sus desgracias.
La mas agria de todas es, que ese mismo padre no ha dejado en derredor de
su bija, un hombre solo capaz de inspirarle una pasión noble y profunda, de
que pueda envanecerse.
La mujer que desde el primer momento se contempla superior si hombre
que se le acerca, ya no puede jamás apasionarse dignamente por él.
Sea en el curso de una hora 6 de un año, es necesario que el espíritu de una
mujer sea dominado, fascinado por el espíritu de un hombre, para que su cora-
zón L dé los primeros latidos del amor ; del amor del alma ; de ese que comien-
za por la abnegación y acaba por el sacrificio. Pues es de él que hablamos, y
no de esas impresiones carnales que envilecen el amor, ni de esas afecciones fu-
gaces que hieren la iroajinadon y la deslumbran, pero que pasan luego, como
el aliento sobre un cristal, ó la huella de un cisne sobre un lago.
Para aquel amor es necesario que una mujer tenga algo que admirar ó res-
petar en un hombre. Y no es solo el prestijio de la gloria, del poder, del ta-
lento y de la hermosura varonil, lo que puede imperar sobre el espíritu entu-
siasta y poético délas mujeres. Hay eu la naturaleza moral de los hombres
otro elemento do fascinación sobre ellas, mucho mas eficaz y poderoso, que la
gloria con toda su aureola, y el talento y la hermosura con sus atractivos seduc-
tores. Y es esa indefinible influencia de la voluntad varonil, que, ejerciendo
sobre el alma tímida de las mujeres el despotismo de lo fuerte sobre lo débil,
hífce que ellas comprendan que se hallan en la presencia de un hombre , que
tiene un corazón para amar, una voluntad para obrar , y un brazo para defender
á su querida.
Pero Manuela Rosas no encuentra .uno solo de esos hombres, en cuantas ván
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Ukflttí a «oías.
á mendigar de sus Ojos un rayo de fátóYqúe los abrillanté tín rooroetató, no de
amor, sino de protección oficial
Si bajo el gobierno de Rosas pueden haber quedado hombres de cordfcon en
Buenos Ayres, no es en las antesalas de Palermo donde se encontrarán por
cierto; sino en el retiro desús casas, procurando que Rosas y sus satélites los
olviden, hasta que llegue el momento en que ellos mismos les hagan acordar,
que aun quedaban hombres á la patria de los libertadores de la América.
Pero en Palermo, en esa parodia de Versalles donde se huelga la vanidad
estúpida de Rosas, no halla Manuela sino lo mas abyecto de la sociedad bonae-
rense, que viene allí cubierta de lujo y vilipendio. v
Jira sus ojos, y esa mujer desgraciada en medio de su teatral felicidad, no ,
descubre sino hombres débiles, sometidos, prosternados, qoe se hacen un de-
ber y un honor en humillarse delante de la mujer misma á quien pretenden li-
sonjear^
Vestido, lenguaje, opiniones, todo en ellos es una imposición del amo que los
gobierna ; y ante Manuela, ante ella que conoce el oiijen de cuanto pasa en la
República, todos los frecuentadores de Palermo no son otra cosa que los títe-
res de las ideas de su padre. Hombres todos que á la mas leve insinuación de i
Rosas, cometerían una infamia, ó se le ofrecerían de payasos sin repugnancia,
por que el terror ha gastado en ellos la conciencia de su dignidad, y so amor
propio. ; . nv ,
En medio de esos reptiles Manuela es un Dios.
Mas fuerte, raassábia, mas independiente que todos ellos, su’ voluntadefó-
mina en todos. Y cuando sus ojos les honran con upa mirada, no hallan pira * ,
que la sostenga con valor. !
A medida que ellos se postran, el espíritu de esa mujer se levanta, y se dice |
á sí mismo y con razón, cuantos me cercan son inferiores á mí.
Así, ninguno de esos hombres puede inspirar una pasión noble y orgullosa 1
en el corazón de Manuela ; ninguno puede levantarla á esa altura de engreí- \
miento y vanidad por su querido, que hace la gloria de las mujeres ; ninguno, |
en fin, puede despertar en su alma esas ilusiones abrillantadas con que la ima-
jinacion dejas mujeres forma cielos donde ven y admiran el dios de sus amo- |
res; por que los hombres prosternados y manchados no inspiran jamás una |
pasión ; puede su hermosura* física dar lugar á un deseo^-eso es todo lo mas
que pueden ellos.
Pero mas, todavía. AI mismo tiempo que Rosas sentencia á su hija á un ce*
líbalo eterno, como un jéoio del mal, la empuja á las tentaciones y al vicio.
El hace de su barragana la primera amiga y compañera de su hija; él la hace i
testigo de sus órjias escandalosas, á que lo impele su temperamento carnal y
cínico; él la hace el instrumento de sus deseos salvajes con las jóvenes que el
vicio de sus padres arrastra hasta Palermo; y, al mismo tiempo de esto3 ejera -
F
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MAbtJZtA
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pié*; él enredé S su fiíja tótfá* la libertáfl'de mi 1 Sombre; á su bija, para quien
todos los hambres son casados, pues qlte á oingimo pocde amar lejftimaiinfen*
tabeen franqáefcav
¿Qué resulta de aquí? que su bija, respetando no fondo de moral que püe*»
de existir en su alma, tiene que cerrar su pecho á toda sensación amorosa que
quisiera tener cabida en él; y entonces es desgraciada hasta el martirio; ó tie-
ne que arrastrarse á las intrigas culpables á que los ejemplos de su padre la
incitan, y asesinando toda pasión noble en su alma, dar espandimiento á sus
sentidos entre el misterio, y entoncejes desgraciada hasta la compasión, pues
esas faltas en las mujeres, que son impulsadas á ellas por circunstancias ajenas
á su voluntad, merecen mas el título de desgracia que de culpa.
c En la familia de Rosas no se encuentran esas pasiones anjélicas de los se-
c res sin ambición y sin mancha ; no, no es allí donde ese sentimiento es con-
« siderado como la primera felicidad de la existencia. Hombres y mujeres ne-
t cesitan las sensaciones fue/tes de la intriga y del delito, para satisfacer su
a inclinación al mal ; » así me repetía una persona cuyo talento admiro y cu-
yo temperamento frió y desapasionad^ le hace ver las cosas en su verdadero
punto de vista, jeneralmente. #
Pero admitiendo tal clasificación para Manuela ¿quién sería sino su padre
el respcüJftable de su falta? ¿quién sería sino ella la víctima de esa imposi-
ción ’ terrible de vivir soltera, de nO poder hacer ostentación lejítima de sus
astórog, jftque Ja ha condenado el mismo que la dió la vida.
Así* la última de las jóvenes arjentinas, en la jerarquía social,, es mas feliz
^|ue la hija de D. Juan Manuel Rosas.
vflffe joven qnose presenta humildemente con su vestido de muselina y sus
manos desnudas ; que pasa por en medio á la muchedumbre sin recibir ova--
ciones.de! miedo, que no tiene oro, ni poder, ni vasallos, que es sola y huér.
faoa en el mundo, como las azucenas del desierto, es mas feliz que Manuela.
Para ella hay un corazón en el mundo que corresponde á los latidos del suyo
pura y descubiertamente ; ella encuentra una mirada en que interpreta y tra-
duce un idioma entero de felicidad inefable, con esa ¡ntelijencia íntima y per-
ceptible del alma^armoniosa de las mujeres; y ella, despue?, alcanzaba realidad
soñada en sus amores, recibiendo en el primer beso de su esposo, la recompen-
sa de sus inquietudes de amonte. ¡ Pero. Manuela 1 árida, sombría, infécunda,
su vida se ha escurrido en el mundo, como e$os horizontes de invierno donde
la mirarda se sumerje sin encontrar un cambiante de luz que la distraiga. ; O
bien esa infeliz habrá tenido que hacerse criminal ante la moral y los preceptos
déla sociedad, haciendo en secreto un delito de un afecto, que, con otro "pa-
dre, habría podido descubrirlo á la sociedad sin rebozo !
¡ Cuantas veces, allá en las soledades de su espíritu, como las aves terrestres '
arrebatadas por el viento á las llanuras desiertas. de los -mares» habrá ambicia-*-
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* A H r U EX A, B 0 5
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sado un abrigo lejílifno para su corazou» huérfano á las pasiones que la Dalo*
rajqaa, la relijiou y la sociedad autorizan ! #
[Providencia divina, la acción de tu justicia es impenetrable, coidq el soplo
creador con que djsle la vida al universo; y por uno de esos fallos terribles de
tn voluntad soberana, parece que castigas á ese hombre á quien la humani-
dad debe tantas lágrimas y sangre, haciendo que él mismo sea la causa de la.
, desgracia de su bija 1 ! i
II.
íSe ba dicho con frecuencia, que Manuel es mala; que su educación y sus há-
bitos han prostituido su sensibilidad y sus gustos, y que el amor no puede por
lo mismo ser una necesidad imperiosa en ella.
Está bien; amplifiquemos todos los defectos de su educación. Estudiemos’
esa mujer en toda su vida, y veamos lo que # hay de verdad eu todo cío.
Manuela rayaba en la edad mas impresionable de la vida; ienfa apenas, 18
años, cuando su padre subió al poder por la segunda vez. Y desde entonas
vivió eu compañía suya, hora por hora; cosa que jamás le había acontecida
antes de psa época, en que la vida de Rosas cambia complejamente en su
de ser doméstico.
Desde el primer dia de ese segundo periodo de su gobierno, Rosas empieza á
desenvolver el sistema cuyos elementos había estado confeccionando desde eJ
desierto, á merced de la intriga y de las desgracias públicas que partían da
1828*. Y con esa época principio la relajación de la justicia, de la moral y
de las costumbres públicas en la infeliz Buenos Ayres. * .
La sociedad entera sufre un vuelco completo á la voz del caudillo gaucho,
que arrojaba toda la barbarie de la Pampa sobre los elementos que ía civiliza-
ción habí:» trabajosamente esparcido. #
La clase corrompida y oscura de la sociedad, surje improvisamente del ca-
taclismo público, y ocupa el rango de la clase culta, y esclarecida por el naci-
miento ó por las acciones. .Clase en minoría, sofocada prouto por la irrupción
de vándalos que la iuvade; y desde cotonees, y progresivamente, ¡deas, habitu-
des, costumbres, gustos, sucumben con las personas eu el destierro, en las can-
celes 6 ep el cadalso. .
.Rueños Ayres empieza ¿ desaparecer.
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La ¿asa del Atlla pampa, abre sus puertas á una muchedumbre de puñal a!
ciilto, que venía á la capital á revindicar la barbarie y el cinismo de las pulpe-
rías y del rancho, desterrados siempre de la culta y orgullosa capital, en todos
tiempos y bajo todos los gobiernos.
Sentimientos, lengua, trajes, todo sufre un repentino trastorno.
La libertad sucumbe.
La justicia deja su puesto á la voluntad de un hombre.
La relijion se convierte en instrumento de partido y de sangre.
A la cultura comienza á suceder la licencia y la torpeza.
Y á las esterioridades finas de un pueblo civilizado, reemplazan los malo»
gustos y peores instintos de nuestros arrabales.
En la casa de Jlosas se hiperboliza naturalmente todo, sin esceptuar el vi-
cio, porque de esa casa surjía el pensamiento y el iqymlso que bacía retroce-
der la ciudad á doscientas leguas mediterráneas, y la sociedad á los tiempo*
primitivós de la conquista ; siendo el vértigo de la barbarie en reaccipn, lo
que era entonces el fanatismo relijioso y político ; y representando la sociedad
culta el fúnebre papel del pueblo indiano.
Rosas corteja, adula y enorgullece con su amistad, á los instrumentos deque
se sirve, y su casa, su bolsa y los empleos públicos no se ocultan para ellos.
Los que hayan pasado por la casa de Rosas á cualquiera hora del dia ó Je la
noche en los años 36 y 37, por ejemplo, sabrán decir, por el número de ca-
ballos aperados que había en la calle, el número de personas que había en
acuella casa, y la clase poco mas ó menos á que pertenecían.
Ésos años y los siguientes fueron los del apojéo de Cuitiño, Parra, Maestre,
Santa- Coloma, Salomón, y otros infinitos amigos de estos honrados caballeros.
“ Era de verse ” dicen unas memorias que tenemos á la vista, escritas por
persona bien competente, “ la casa de Rosas en esos dias (1836). Era encon-
trarse entre verdaderos demonios. Todos los dias veia caras nuevas, ycada una
parecía que se acababa de escapar del presidio.”
Entre esa jonte sin moral, sin relijion, sin vínculo ninguno de esos que ligan
á los hombres con la virtud y la decencia en la sociedad ; ébria con su victoria
sobre sus eternos rivales que vestían frac y calzaban guantes, el espíritu y el
corazón de Manuela se desenvuelvan, y en su alma jóven empiezan á caer las
primeras semillas de lo que debía completar mas tarde su educación federal,
«egun los principios y la propaganda de su padre.
Todo cuanto había de ilustrado, de noble, de digno en la sociedad arjentioa,
recibe de Rosas la denominación de Unitario ; porque todo aquello protestaba
contra el sistéma bárbaro que introducta al gobierno y al país, como habías
protestado los verdaderos unitarios.
Una vez clasificados de ese modo sus adversarios políticos, las cárceles, la
confiscación, la muerte, vienen sucesivamente á apoderarse de ellos.
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4* MAR OBLA ft OSA4'(
Je 4
“ ¡ Enemigos de Dios y de los hombres ! repite la plebe bruta y fanática
que hace el eco de sa caudillo, y una competencia que hace crispar los nervipt
al recordarla, se establece entre los federales de llosas, para alcanzar cual mas
mayor fama, con mayor barbarie, con mayor cinismo, con mas horribles per-
secuciones sobre los “ enemigos de Dios y de los hombres. ”
La casa de Rosas se convierte en la bolsa de este comercio de sangre y vi 4 *
tios ; y Manuela, la infeliz jóven que no podía comprender política ni filosófi
* camcnte loque pasaba en torno suyo/ alcanzaba perceptiblemente, que los
unitario* querían la muerte do su padre, de ella, de toda su familia, y de todo
el inundo, según la vocinglería orjiaca que la aturdía.
Y, sin violencia, empezaron á entrar en su alma las primeras antipatías por
facíase mas pura de la sociedad en que había nacido.
Sus delicadeza^ de mujer, sus instintos de joven, los ejemplos primeros de
su niííúz, todo debió sublevarse en ella contra esa vida nueva que de improviso
la rodeaba,. Pero al mismo tiempo era mujer, joven é hija, y lodo cuanto pre-
senciaba se le traducía como necesario á la defensa de su padre y de ella pro-
pía.
- Y sutilmente fuese filtrando en su alma la tolerancia, si no el gusto, por to-
„ do cuanto al principio debió sorprenderla y repugnarla.
En'la naturaleza humana todo se modifica y trastorna, por el indujo del ejem-
plo y del hábito. Y si hay espíritus, como constituciones que les resi¿tefl*^uo
son mas que esccpcioncs que justifican la regla. ' .*
Así, Manuela empezó á adquirir una segunda naturaleza por la influencia *íe
la educación; de esa educación del ejemplo, la peor ó la mejor de todas, ej el,
orden moral, según que se encamine á lo malo ó á lo bueno.
Insensiblemente, los gustos y Jos sentimientos fueron relajándose en ella. Y
sus ideas sobre el bien, lo humano y lo justo, fueron eslraviándose á la par, eu
el laberinto do subversiones morales, que brotaba del nuevo orden de cosas,
• cuyo movimiento imprimía la mano efe su padre.
El odio á semejantes suyos, era fa oración con que cerraba sus ojos, y la al-
borada con que los abría.
Los padecimientos de ellos, sus afrentas, su muerte, referidos bajo aspectos
* horribles y repugnantes,, era fa crónica diurnia que la entretenía en su caso.
Mujeres energúmenos, con alma y boca prostituidas, que, por escarnio del
sexo* aparecen en los pueblos cuando el volcan de las revoluciones arroja su
laya inflamada sobre fa sociedad, .invadieron al mismo tiempo la casa y la ,
amistad de Manuela.
Formaron en derredor de ella una muralla impenetrable á la palabra y 1a.
miradívde las Unitarias : de esas mujeres altivas, radiantes de espíritu* de gra-
cia y de orgullo, que constituyen la clase aristocrática— permítasemo esta píd*^
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U i NrUA ROSAS»
b’ta — de la República de Mayo ; y que durante lo mas aterrador de fa dicta-
dura, han ostentado mas valor y nobleza que los mismos hombres.
Entretanto, aqueflas, revolviendo en sus entrañas toda la hiel que acumulaba
en ellas el recuerdo de su vida pasada, oscura y manchada por su^nacimiento;
6 su conducta * y Ebrias de eniusiásino por el hombro cuya mano las alzaba
dol Iodo y las hacía respirar artificialmente el aire de señoras, rompían el fre- ,
no^á sus instintos y á su educación de cuartel, y esparcían una atmósfera de
prostitución y torpezas, en torno de esa flor huérfana, cuya primer desgracia
era nacer del tronco que llamaban do vida y de gloria, por sarcasmo de la vida
y la gloria de los pueblos.
Matar, robar, proscribir, encarcelar, todo esto era la obra de Dios sobre la
tierra, con tal que se emplease contra los enemigos del heroico Restaurador de
las Leyes ; que no había dejado, sin embargo, una sola ley buena ni mala en
Buenos Ayres. * ,
Y este tema presentado en mil variaciones, dia y hora por hora, estuvo á los
oidos de Manuela ¿ por un mes ? ¿ por dos? nó, por años enteros en la edad
en que la vida es una esponja que absorve cuanta gota benéfica ó envenenada*
la humedece.
Manuela no era un ánjel; no era tampoco una crealura priviliada en éftem^
. pierde sé abn a y de su intelijencia; era simplemente una mujer, y como tal su .
sensibilidad v sus instintos debían sucumbir al golpe continuo de las impresio *
ndf qtic la invadían por do quiera: — y así sucedió. Pero no anticipemos las
consciencias.
Prosigamos: ^
A^sa educación teórica que se acaba de deliríeor apenas, y que se puede ha*
cef llegar hasta el año 38, sucedió luego la educación práctica para Manuela.
1 Llegó aquel año célebre en los fastos de los pueblos esclavizados que ríen y v
cantan al son de sus cadenas mismas: aquel año de las famosas “ fiestas par-
roquiales” en que todos los vicios, las estravagancias y las tendencias dañinas,
que trae consigo al mundo la complicada naturaleza humana, y á quienes la
eivilizacion ha conseguido contener pero no esíirpar, salieron libres y tritin -
fanies á holgarse en las calles, plazas y templos de la profanada ciudad, por un$
año completo.
Los perfiles solamente de ese inmenso cuadro de prostitución inaudita, lar-
gos serían y pesados en este lugar.
Baste decir que fue un año entero doorjia permanente, que solo emulaba de*
barrio y de cscesos en cierto número determinado de dias»
Todo cuanto la plebe de un pueblo ignorante y belicoso, tiene de mas obce--
iro ó insolente, todo cuanto hay de mas salvaje y e#ravaganlo, de mas irreii-
jioso y torpe en la embriaguez do vino y sangre, cuando se apodera del cere-
bro del populacho, figuraron allí, lo mismo al pié de los altares que á la pre* ~
/
i
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MANDELA ROSA».
leticia de lasvírjenes fi quienes sus padres arrastraban á federalízarlas digna-
mente.
Gomo debe Suponerse, Manuela era en esas fiestas la reina, la emperatriz,
la diosa que represehtaTia al Júpiter de la Federación; ó mas bien al demonio
de ese infierno, que trastornaba tantas cabezas y corrompía tantas virtudes.
Llevada en triunfo, como el retrato de su padre, empezaban por conducirla
á profanar el altar de Dios, y acababan por llevarla á que se profanase ella 1 mis-
ma como mujer, como señorita, como joven, en el banquete orjiaco que cer-
raba la mitad de cada fiesta.
Una tormenta do maldiciones 3obre el jénero humano que no era federal, ei -
tallaba al oido de la iufeliz heroína, que no’soñó serlo, ni hizo nada por serlo
en su vida.
Era una tempestad de un orden no conocido hasta entonces en la naturale-
za: — allí eran los ojos de los convidados los que relampagueaban; la algazara,
quien hacía las veces del trueno; y eran los brindis quienes fermentaban y es-
tallaban el rayo.
Las mujeres mismas, reventados en ellas los lazos de la relijion y la moral,
rivalizaban con los hombres, en conjurar á muerte á los enemigos del Restau-
rador federal» Era el csceso, la hipérbole de las inspiraciones del diablo cada
brindisr Pero— oígase esto: — “ no hay un solo brindis de Manuela en todo el
año de las parroquiales.” Se hallará apenas en la Gaceta Mercantil que rejfk-
traba cautelosamente la crónica de los banquetes, alguna que otra 'palabra de
Manuela, equivalente á un saludo insignificante. '
La bacanal mudaba de faz. Era la bora del baile. Manuela no debía falfer.
El héroe Restaurador se guardaba bien de mezclarse entré la multitud; pero la
hija debía ir entre ella para popularizarle su nombre. Y héla ahí danzando
cuatro ó seis horas con ébriós, con asesinos, y hasta con negros una voz. Dan-
zando, no los bailes déla sociedad culta, porque eran unitarios, sino los bailes
de la plebe, con todos esos movimientos repugnantes y lascivos á que llaman
“gracia.”
% Es cierto que en esos bailes, como en los banquetes que los precedían, se en-
contraban personajes de distinción por su nacimiento ó por su9 antecedentes,
llevando consigo ásus esposas y sus hijas. Pero el personal de ello lo formaba
la plebe soéz de Buenos Ayres, que Rosas había nivelado con aquellos señores,
para vejarlos, humillarlos y comprometerlos mas en su partido. Y ellos, esos
diputados, jenerales y majistrados antiguos, mas criminales aun que los foraji-
dos con quienes bebían y danzaban, hacíarr esfuerzos inauditos por vulgarizarse
y descender de su escala y de su educación, para merecer mejor el renombre
de buenos federales, y conservar su vida y sus empleos á costa de esa cobarde
prostitución.
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V A KC E l a ROSAS* # 17
Y eran eJloA.así, los que mas contribuían á estraviar las ¡¿leas y losinstintos
de Manuela. ,
» Y ese fué el segundo curso de enseñanza primaria que recibió.esa infeliz.
- Llega en seguida ese malhadado año 40, en que los sucesos conspiran re-
pentinamente en favor de Rosas, próximo á su fin.
Habia sido sorprendido por sus enemigos en medio de su colosal empresa.
Los ejércitos habían llegado basta las puertas de la capital, cuando aun, no
se había estinguido en ella la conciencia do la dignidad y del valor nacional* y
tal ocurrencia puso á Rosas en situación difícil y tiraote. Pero libre de ese pe-
ligro, Rosas se apresura á reparar su falta, dando su último golpe de estadp.
El cuchillo de la Masborca se convierte en guillotina oficial por un mes (ente-
ro. La sangre riega las calles., y cabezas humanas aparecen con el dja en los
parajes públicos.
El terror se apodera de todos los espíritus.
OIas.de jente se desbordan de ese mar de sangre y de crímenes, y ganan la
ribera opuesta del Plata.
Buenos Ayres queda en poder de los bandidos. Las víctimas ya no estaban
allí. Y á esa época desapareció de Buenos Ayres el último vestijio de aquella
sociedad noble y delicada que había hecho su rango y su cultura en otro tiempo.
Manuela vé y oye estas calamidades de su patria, cuyos primeros mártires
eran las personas de su sexo. Cerca de ella vienen á contar sus proezas de
sangre los famosos asesinos de octubre, y una atmósfera de saogre y de lágri-
mas viene ai fio á esparcirse sobre la frente de esa mujer infeliz, que para evitar
opa sola lágrima era tan impotente como la última persona del pueblo.
' Xós medios de terror, de este ó del otro modo, se prolongan hasta 1842 en
¿que se repiten las escénas de 1840, y en todo este tiempo, en que la parte mas
Nsoez de la Mashorca , cuajaba los salones de la casa de Rosas, porque eso entra-
ba entonces en sus planes, Manuela no tuvo siquiera una persona de corazón á
quien volver los ojos, no tuvo con quien hablar de otra cosa, que de cabezas
cortadas, de mujeres profanadas, de cárceles, de proscripciones, de robos,* de
cuanto el infierno puede sujerir de torpe á los que le venden su alma. .....
Ya es tiempo de reposar la mente un momento, fatigada con esta série de
ejemplos repugnantes que se acaba de leer. Ya es tiempo de reflexionar sobre
los resultados que tal educación habrá dado para el corazón y el espíritu de lf
heroína de este escrito.
Supongamos que la naturaleza hubiese dado á Manuela Rosas, Cuanto es ima»
jipable de delicado, de sensible, de mujeril, eu una palabra ¿ pero es najara!,
jmajinable siquiera que tales propensiones se conservasen puras entre la atmós-
fera en que vivian ? nó ; mil veces imposible. Eso sería querer negar la in-
fluencia de la educación, que vemos y estudiamos á cada instante en derredor
jwestro. Eso sería desmentir la debilidad que ha dado Dios á las obras huma r
.***
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í ANtJEtA ROSAS.
1S *
Das, para que su fortaleza adquirida sea un tituló de bienaventuranza con que
se presenten en el cielo. Eso seria negar lo que pasa en nosotros mismos en
cada período de nuestra vida, por que en cada período de ella, nos educamos,
y estamos perfeccionando ó pervirtiéndonos.
La sensibilidad, los gustos, y basta el impresionable temple de sus nervios,
todo debió encallecer, pervertirse, y endurecer en Manuela — Esto es lo natural,
y lo natural es irresistible en lo moral como en lo físico.
Eso es lo natural, y por eso sucedió así. Acercaos á cualquiera señorita ; ha-
bladla de una herida, de una gpta de sangre nada mas, y la vereis que empali-
dece, y conoceréis que sufre ; por que las narraciones de sangre son una cosa
estraña á sus oidos, y una impresión á que sus nervios y su corazón no están
habituados.
Acercaos á Manuela, habladla de diez cabezas de unitarios que se han corta*
do la noche antes ; referidla la agonía de las víctimas, y hasta la espresion es-
pantosa de sus ojos, eú el póster relámpago de vida que los alumbró, y Ma-
nuela oirá la historia, tan impasiblemente como si la contaseis cualquiera otra
cosa.
i Qué significa esto ? Significa que la sensibilidad de esa mujer, la sensibili-
dad de su alma y de sus nervios, está gastada para esas impresiones, al influjo de
la repetición de ellas mismas.
A vista de esto, podría suponerse que esa mujer tiene un corazón fihtéral-
mente malo. Pero tal suposición sería injusta. *
No hay malos inactivos. Los malos hacen el mal ; y Manuela Rosas, en po-
sición de hacer tanto mal como quisiera, no ha hecho derramar una gota de
sangre ni una lágrima Á nadie. Esto solo basta para esplicarlo todo. Bitsta
para convencer que la naturaleza no dió á esa joven ningún instinto dañinos
que mucha bondad debió encerrarse en su alma al venir al mundo, pues qtie
ha resistido, para el mal, á todos los medios y las facilidades con que la ha pre-
cipitado á él su mismo padre.
No hay mas, sino que la educación que ésto le ba dado ha agotado en ella
ese manantial de sensibilidad esquisita, que está depositado por la naturaleza
en el corazón de las mujeres ; y estinguido esos instintos suaves, esa timidez y
ose candor anjelical, con que hacen de este mundo e! paraíso terrestre de los
# hombres. Y de ahí esos mil cuentos que corren de boca en boca sobre esa víc-
tima de su propio padre, y que ninguno se ha tomado el trabajo de averiguar;
la causa de ellos. De ahí ese hecho sorprendente de las orejas saladas del coro-
nel Borda, que se asegura fueron presentadas -por*el!a en un plato á un oficial
de la marina inglesa. Hecho repugnante y horrible, pero que no prueba mas,
que la revolución que han sufrido en Manuela, por causa de su educación, ta%
dos los sentimientos y los instintos de mujer : que es una mujer sin sensibili-
dad, en la manera como se entiende esta espresion, pero nada mas ^ueesto*
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MANUELA ROSAS.
1 »
Se vé pues* que estoy perfectamente de acuerdo con los que sostienen que
Manuela Rosas no puede tener la sensibilidad y los instintos que las otras per-
sonas de su secso ; pero j cuan lejos estoy de conformarme con la consecuencia
que sacan de esto, es decir, que a tal mujer, amor le debe sér del todo ¡ndr-
ferente, y que la ausencia de este sentimiento en ella, no puede por lo mismo
ser echado de menos en su corazón t
La sensibilidad no es el amor ; ni es tampoco la capacidad de sentirlo ; es,
simplemente, la facultad moral que lo embellece y lo espiritualiza. Pero el
amor, ese sentimiento imantado que aproxima los dos sexos, tiene mil modos
do ser diferentes en el corazón humano. Y es quizá mas imperativo y violento *
allí donde penetra al través de un espíritu fuerte y endurecido por las impre-
siones eoérjicas y rudas de la vida.
Las facultades morales se activan las unas por la decadencia ó la eslincion de
las otras, como sucede en la organización física. Y el corazón menos delicado
y tierno en sus instintos y en sus propensiones, es, con frecuencia, el mas apro-
pósito á la fiebre de una pasión violenta y arrebatada. Gn un corazón así no hay
lágrimas, no hay esa metancolía dulce y espiritual que consume lenta y gra-
dualmente al alma humana en quien el sentimiento prodomina ; pero hay toda
la enerjía necesaria'para la desesperación y hasta para el suicidio muchas veces..
. Retroceded la mente á la historia de las sociedades primitivas, y no encon-
trareis por cierto sino espectáculos salvajes, donde la naturaleza moral de, la
mujer debía perder todos los instintos anjelicados con que salió de las manos de
la naturaleza : y es una verdad, sin embargo, averiguada por la filosofía y por
la historia, que las pasiones, y la del amor especialmente, se ostentan mas
eoérjicas y profundas á medida que la humanidad está mas próxima al orijen
que le conocemos.
Por el contrario, ese encanecimiento, permítaseme esta espresion, que han
dado al corazón de Manuela, las impresiones rudas que lo han combatido desde
su niñéz, y esa poca impresionabilidad de sus nervios, por el efecto de la hajbi*
tud á recibir emociones violentas, han hecho ascender mas los grados del infor-
tunio de su alma, porque la han despojado de esa susceptibilidad á impresiones
frívolas y lijeras, que distraen, alagan y enajenan la imajinacion de las mujeres,
cuando su corazón queda aprisionado entre las red^s de una pasión.
Y cuando el suyo cayera en ellas ¿ qué encontraría dentro sí misma para
distraer su espíritu de la situación que lp preocupase ? nada, nacía de esos mil
estímulos de ilusiones mujeriles, que se esconden en la naturaleza sensible y
superficial del sexo, xuya alma no ba pasado por la lija de fjerro que el aliña
de Manuela.
Infeliz ! infeliz hasta el martirio, el dia que una pasión se abriese paso en^
su alma, condenada como está por su padre, á no entregar su corazón á oingtfo*
(Hombre ! infeliz ó criminal, no bay medio l.
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20
MANUELA ROSAS.
•Y entretanto, con qué la ha compensado so padre de esta horfandad glacial
á que destina su alma, si es posible que haya para esto compensación humana ?
Desde 1845 empieza Rosas á variar de instrumentos y de formas para la pro-
secución de su'dictadura. A la manera de Cromwell, con quien tiene tantas
similitudes, empieza á despejarse de aquellos hombres que le sirvieron para
sus hechos inauditos de sangre, luego que estos hechos se consumaron, y dá
principio á la organización de una especie de corte, con ciertos oropeles y faus- i
lo que le hicieran menos repugnante en el estertor, con quien empezaron en I
esa época sus célebres cuestiones que continúan hoy. !
♦ Manuela entonces, sombra viviente y forzada del pensamiento de su padre, i
tiene que pedir á su intelijencia cuantos recursos le quedaban de los que la ¡
providencia le había dado, para suplir con ellos todosjos defectos de su descui-
dada educación de cultura, y hacerse de repente dama de estrado y de gabioe-
te, para ayudará su padre á engañar y estrariar en sus juicios á los diplomáti-
cos europeos, y para dar al pueblo de Buenos Ayres la iniciativa de una vida
ficticia, llena de abandono, de lujo y de algazara á que el dictador lo destina-
ba por algunos años, á fin que olvidase el cáncer quef devora las entrañas de la
sociedad civil y política.
Pero ¿ es eso bastante ? Oh, Dios mió ! eso no es sino hacerla marchar por
otra vereda en el camino del vicio! Ayer la prostituía con los asesinos, hoy la
prostituye con la mentira, con el artificio, con el dolo. <
Pero aun concediendo que esa vida de apariencias civilizadas que hoy goza
Manuela en su palacio de Palermo, pudiera distraer su espíritu, ¿será menos
verdad que para las pasiones nobles, cu corazón es un desierto donde la flor que
brotára sería arrancada por la mano parricida de Rosas ? Será menos cierto,
-$que del cielo que la cubre no es posible que se desprenda una sola gota de ro-
cío, para apagar esa sed de la naturaleza humana que se llama el amor, si- ¡
no es entre una nube de misterio y culpa ? 1
Alma endurecida en el yunque de los deHtós, Rusas es incapáz de apiadarse
de la Situación á que él mismo ha condenado el corazón de su bija. Pero la na-
turaleza habla alguna vez hasta en el corazón de jos tigres, y alguna vez, allá
quizá cuando el frió de la muerte empiece á helar la fiebre de sangre en su
cabeza, echará una mirada^obre su bija, tan fiel, tan sumisa, tan leal á su vo-
luntad, por su desgracia, y sentirá quizá todo el torcedor de los remordimien-
tos en su allfoa, cuando vea en su hija la primera víctima de sus delitos ! I
Por su padre, ella ha sido profanada en un lodazal de crímenes y vicios, ro-
zando sus vestidos de virjen,con el poncho ensangrentado de la Mashorca,y con
las sedas infamemente adquiridas de mujeres sin honra.
Por su padre, ha perdido la parte mas florida de su juventud, en un laberin-
to perpétuo de inquietudes, de sobresaltos y de intrigas.
Por su padre, ha dado cabida en su corazón á ódios y á sentimientos repul-
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lí A M ÍB l & K’9»As'
2i
«tos que le han yermado en él todos los afectos dulces y delicados con que la
.mujer embellece y endulza hasta sus mismas lágrimas.
Por su padre, ha sido aborrecida y calumniada, porque los vicios y los deli.
tos de él no provocaban, durante el vértigo de k» guerra civil, sino el horror á
cuanto le rodeaba y le pertenecia.
Por su padre, ha tenido que divorciarse cón Ia.humanidad entera, y cerrar
su alma á todo otro sentimiento que no sea de partidos políticos.
Por su padre, su corazón no conoce, á los treinta y tantos años de su vida ,
la felicidad que la voz misma de Dios ha santificado en la humanidad. Su ju-
ventud se ha perdido ; se perderá su vida, y su cabe«a no se habrá reclinado
jamás sobre el seno de un esposo.
Por su padre, tiene que proscribir de su lado todas las personas honradas v
cultas de su pais.
Y por su padre, en fin, pasará su nombre á la posteridad, á recibir el juicio
mas 6 menos imparcial de la historia 1
He ahí lo que es Manupla Rosas : una víctima y nada mas que una víctima de
D. Juan Manuel Rosas. ♦ ■ •
Los aduladores del dictador, conviértanla en una diosa ; sus enemigos ir-
reflexivos y pasionistas. háganla un demonio ; unos y otros se desviarán de I.
> 7JhL\ ir** 6 * 00 68 “ aS qUC Una mUJor des 8 raciada ; que sin ser un ánjel
■ l \ “° “ tamP °, C ° UD Íén¡ ° deI naL üna m “Í er <I ue hubiese podido
ser escelente con otra educación y otro padre ; pero á quien ni su padie m su
educación han conseguido hacer mala, rigorosamente hablando.
Es así «orno la creo ; y en honor de la tierra en que he nacido, que no bro-*
ta tantos monstruos como algunos quieren, he creído deber dibujar, aunque
l á grandes rasgos, la fisonomía de esta mujer histórica, A quien se ha presen-
. lo ta TerdKfe eí,! a ' !0S “' 0r,S ' P * ra '» ““ " “i*
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